Miradas: La década del sesenta
Por Cecilia Absatz
Si miramos con cuidado podemos detectar la aparición de una franja social que antes no existía: la gente que hoy tiene alrededor de sesenta años.
Es una generación que ha pateado fuera del idioma la palabra "sexagenario", porque sencillamente no tiene entre sus planes envejecer.
Se trata de una verdadera novedad demográfica, parecida a la aparición, en su momento, de la adolescencia, también una franja social nueva que surgió a mediados del siglo veinte para dar identidad (y vigor inextinguible, parece) a una masa de niños desbordados en cuerpos crecidos que literalmente no sabían hasta entonces dónde meterse o cómo vestirse.
Este grupo que hoy tiene alrededor de sesenta, entonces, ha llevado una vida razonablemente satisfactoria. Trabaja desde hace mucho tiempo y ha logrado cambiar el significado tétrico que tanta literatura rioplatense le dio durante décadas al concepto del trabajo. Lejos de las tristes oficinas de Juan Carlos Onetti o Roberto Arlt, esta gente encontró hace mucho la actividad que más le gusta, y se gana la vida con eso.
Ni sueña con jubilarse.
Dentro de este universo de personas saludables, curiosas y activas, gente de sesenta, la mujer tiene un papel rutilante. Trae décadas de experiencia en hacer su voluntad y ocupar lugares que su madre no había ocupado. Pudo sobrevivir a la borrachera de poder que le dio el feminismo y en determinado momento se detuvo a reflexionar para preguntarse qué quería en realidad. Algunas volvieron a casa y tuvieron hijos. Otras se quedaron a dirigir la compañía o salieron a vender cosméticos.
Cada una hizo su voluntad.
En el cine se ve claramente cómo Meg Ryan y Helen Hunt toman decisiones y diseñan su propia vida, cómo exploran las opciones y pagan los costos.
Sin embargo, con las mujeres de sesenta las cosas no están tan claras. La idea, supongo, es mostrarlas atractivas y encantadoras, pero en cambio aparecen en la pantalla unas damas nerviosas y obsesivas, sentimentalmente necesitadas y tecnológicamente incultas; en algunos casos, con hambre sexual o propensas a los desbordes, por ejemplo de llanto.
Reconozcamos que no es un asunto fácil y las mismas mujeres lo van diseñando día a día, como han hecho siempre.
Pero algunas cosas ya podrían darse por sabidas.
Por ejemplo: la mujer de sesenta maneja la computadora.
Se escribe -y se ve- con los hijos que están lejos, la usa en su negocio, o es dueña de una compañía de computación.
Por lo general, está satisfecha con su estado civil, y, si no lo está, tiende a cambiarlo. Es muy raro que se deshaga en llanto por un asunto sentimental.
A los sesenta, los asuntos sentimentales son juegos de alta gama.
A diferencia de los jóvenes, los grandes conocen y ponderan todos los riesgos. Nadie se pone a llorar cuando pierde: sólo reflexiona y toma nota.
La gente grande comparte la devoción general por la juventud y sus formas superlativas, casi insolentes de belleza, pero no se da por retirada. Compite de otra forma. Cultiva un estilo. Contra la estatura prodigiosa de Uma Thurman o el escote de Monica Bellucci, Diane Keaton (61) se viste hasta el cuello de blanco y trae una sonrisa iluminada por la inteligencia.
Los que fuimos jóvenes en los años sesenta vamos a ser jóvenes para siempre, dicen los mismos protagonistas.
Todo indica que tienen razón.
Los jóvenes de los años sesenta pasaron la experiencia fundacional del rock and roll y la píldora anticonceptiva; rompieron los esquemas tradicionales de la familia para volver después a ella, pero ahora convencidos. Las mujeres tienen hijos a la edad que se les da la gana y, lo que es muy interesante, muchas veces se les da la gana de no tener hijos.
Es una nueva edad, que todavía no tiene nombre. Se recuerda la juventud y el propio esplendor, tal vez, pero sin nostalgias, porque la juventud también está llena de caídas e incertidumbre. La gente de sesenta, hoy, saluda al sol cada mañana de su vida y sonríe para sí por alguna razón secreta.
revista@lanacion.com.ar
La autora es periodista y escritora
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