Nuestras acciones tienen trascendencia si tenemos una disposición a aprender –lo que significa cambiar: dejar de alguna manera lo rutinario, la vida estancada con sus conflictos que se repiten por causas conocidas, o identificables si ponemos nuestra atención en ellas, y asumir otras opciones de aplicación de nuestras energías y propósitos.
En este Universo todo es expansión o continuidad de algo o alguien que ya existe: los seres humanos nos manifestamos con la sustancia de la Vida y con los cuerpos que nuestros ascendientes propiciaron.
Los cuerpos, entonces, son los protagonistas de la historia. Las condiciones para creer en algo como requisito cultural en el mundo son “que se pueda ver y tocar”, lo que significa que los sentidos del cuerpo y la percepción de los datos que pueden proporcionar son el fundamento insuperado de confiabilidad y demostración.
Nos expresamos a través del cuerpo. Nuestros sentimientos y las emociones asociadas, nuestros saberes y los sistemas de creencias que incorporamos (ponemos a disposición del cuerpo) son nuestros contenidos, y lo que hacemos deriva de ese conjunto de informaciones –in_formar: dar forma a algo-. Es posible que en cada instante de nuestras vidas la combinación de todos esos elementos determine cómo nuestras personalidades se expresan en las relaciones en que participamos.
Y en nuestros densos cuerpos, formamos nuestras percepciones de los datos de los sentidos, interpretándolos además desde el estado actual de nuestras personalidades.
Si hemos crecido armoniosamente, con un grupo familiar y social que haya tenido interacciones solidarias y cooperadoras, además de una asistencia afectiva positiva –y posiblemente un intercambio afectivo positivo también-, hemos sido impregnados por esos generosos aportes de comunicación e integración, lo que nos permite apropiarnos de lo recibido y/o trasmitirlo. Probablemente tengamos actitudes o comportamientos derivados de satisfacción y apropiación y no de carencia e inconformidad.
Si por el contrario, hemos vivido en escenarios de conflicto, de interacciones no cooperadoras y personalidades en pugna, nuestra memoria o historias están contaminadas por los eventos negativos y por las relaciones tortuosas en que estuvimos comprometidos. Siempre alguna carencia aparecerá como reiterativa y pendiente de reparación o solución en nuestras mentes. Podemos sentirnos cargados por esas vivencias y experiencias que debemos liberar y resolver para alcanzar nuestra paz.
Muchos eventos y comportamientos que atraemos son extremos: nos mostramos muy flojos o muy planos afectivamente –fingiendo o posando de indiferentes mientras nos consumimos interiormente-, o exageramos la intensidad de nuestras actuaciones –sobreactuamos en los papeles de “víctimas o verdugos”-, lo que es una distorsión de nuestros impulsos vitales. Y todo esto debido a los estados de carencia que hemos adoptado.
De alguna manera pretendemos compensar lo que sentimos o creemos que nos falta realizando sustituciones –la adicción sustituta, la distracción sustituta, la evasión hacia actividades y relaciones en que nos mimetizamos para acallar nuestro inconformismo, nuestras rabias, lo que consideramos como “nuestras heridas”.
Bajo esas condiciones de dependencia nos relacionamos desde la necesidad o desde la carencia: algo a alguien debe reemplazar lo que no tuvimos o al menos ayudarnos a manifestar una ilusión que parezca compensar eso que nuestras mentes buscan. Fácilmente entramos en conflicto porque tenemos expectativas actuales que queremos aplicar a eventos del pasado: ya los atravesamos y no podemos repetirlos ni rearmarlos para modificarlos. Y quienes nos rodean sólo pueden actuar en el ahora y con sus propios atributos, no con los que exigimos como ideales.
Cuando no obtenemos esa correspondencia cómplice y permisiva tendemos a reaccionar con hostilidad, con “desencanto” o imponiendo una corriente forzante a otras personas. Es como si les dijéramos “si no haces lo que espero que hagas no voy a poder amarte”. Entonces expresamos plenamente el conflicto latente y nos comportamos como adversarios sordos y vociferantes.
Podemos también acudir a soportes externos o sustitutos buscando reemplazar esos recuerdos ingratos y las frustraciones de nuestro pasado con personas, hábitos o elementos tangibles y les asignamos una función de darnos placer y distracción.
Volcamos nuestra ansiedad o expectativa hacia otros y esperamos que nos brinden una estabilidad que no hemos logrado porque creímos que la vida fue injusta con nosotros. Nos explayamos en los sentidos para conquistar esa felicidad o esa plenitud que “nos fue negada”.
Las elecciones que hacemos pueden tener una apariencia de pasividad: nos volvemos espectadores que miramos ávidamente o que escuchamos codiciosamente.
O pueden tener una apariencia de actividad: nos engullimos la vida y pretendemos saciarnos con los alimentos, ojalá dulces, abundantes y de gustos muy agradables para nuestro apetito que parece desmesurado en algunas etapas de nuestras vidas, o elegimos objetos y cosas que podamos llevar a la boca: golosinas, tabaco, bebidas, hasta compuestos químicos formulados con una asignación de tratamiento médico. En otras ocasiones, nuestras tendencias son táctiles: expresamos un gusto desaforado por lo que podamos tocar, abrazar, y tal vez sentir como propio transitoriamente al tenerlo en nuestras manos.
Bajo esas intenciones y obsesiones de sustitución podemos comportarnos como maniáticos o insaciables. Nos mostramos desequilibrados o frenéticos y expresamos síntomas de enfermedad que afectan nuestras vidas.
Cuando esto escapa a nuestro control nos damos cuenta que hacemos parte de una crisis inevitable y que debemos volvernos hacia nosotros mismos, reflexivos, introvertidos, en busca de una definición o un término a nuestra conmoción no resuelta.
Muchos cambios en nuestras vidas llegan al cabo de procesos adversos que experimentamos.
Los conflictos, crisis, enfermedades, frustraciones, nos confrontan con rutinas o limitaciones que empezamos a rechazar o a querer dejar.
La percepción de esas situaciones nos parece dolorosa, o nos causa sufrimiento, o nos lleva a sentir malestar.
En esa secuencia:
1. 1. Nos relacionamos con algo o alguien que nos revela nuestra propia inestabilidad.
2. 2. A través de las dificultades, relaciones, culpas, baja autoestima, yugos o cargas que reconocemos, identificamos lo que está sucediendo.
3. 3. Establecemos un propósito de cambio al ser conscientes de ese malestar o pérdida de paz que nos abruma.
4. 4. Liberamos o ejercemos la voluntad de cambio hacia las acciones que nos permiten modificar nuestras actitudes, comportamientos y hábitos.
Uno de esos hábitos adversos que adoptamos es el consumo de alimentos. Relaciono los alimentos dulces con sabores gratificantes. Al alimentarnos nos relacionamos con los frutos o productos de la vida.
A los niños que lloran o expresan inconformismo o inquietud los consolamos con algo dulce para que acallen sus quejas.
La ansiedad la saciamos con alimentos que nos gustan.
El alimento excesivo o las adicciones relacionadas con la boca son recompensas o sustituciones de otras cosas o relaciones que no tenemos o que no logramos alcanzar aún.
Sin embargo, nos damos cuenta que no podemos engañarnos con esos desplazamientos o transferencias o sustituciones, y que nuestra afectividad nos dice que estamos fluyendo en un sistema cerrado de monotonía y rutinas.
Si tenemos disposición y energía, podemos elegir esos cambios necesarios y nos impulsamos hacia la espiral que nos permita liberarnos de nuestros yugos.
Y no precisaremos depender de justificaciones, ni excusas, ni vanos sentimientos de culpa o de reproche.
Todos los cambios provienen de estados de consciencia que alcanzamos tras el agotamiento de las relaciones conflictivas, de las crisis, o de una gran soledad que nos impulsa hacia el autoconocimiento y la aceptación sin resistencia. Lo que nos permite ascender a un estado de vida dinámico, más allá del umbral de la ilusión y del estancamiento (aletargamiento) en que languidecemos.
En este Universo todo es expansión o continuidad de algo o alguien que ya existe: los seres humanos nos manifestamos con la sustancia de la Vida y con los cuerpos que nuestros ascendientes propiciaron.
Los cuerpos, entonces, son los protagonistas de la historia. Las condiciones para creer en algo como requisito cultural en el mundo son “que se pueda ver y tocar”, lo que significa que los sentidos del cuerpo y la percepción de los datos que pueden proporcionar son el fundamento insuperado de confiabilidad y demostración.
Nos expresamos a través del cuerpo. Nuestros sentimientos y las emociones asociadas, nuestros saberes y los sistemas de creencias que incorporamos (ponemos a disposición del cuerpo) son nuestros contenidos, y lo que hacemos deriva de ese conjunto de informaciones –in_formar: dar forma a algo-. Es posible que en cada instante de nuestras vidas la combinación de todos esos elementos determine cómo nuestras personalidades se expresan en las relaciones en que participamos.
Y en nuestros densos cuerpos, formamos nuestras percepciones de los datos de los sentidos, interpretándolos además desde el estado actual de nuestras personalidades.
Si hemos crecido armoniosamente, con un grupo familiar y social que haya tenido interacciones solidarias y cooperadoras, además de una asistencia afectiva positiva –y posiblemente un intercambio afectivo positivo también-, hemos sido impregnados por esos generosos aportes de comunicación e integración, lo que nos permite apropiarnos de lo recibido y/o trasmitirlo. Probablemente tengamos actitudes o comportamientos derivados de satisfacción y apropiación y no de carencia e inconformidad.
Si por el contrario, hemos vivido en escenarios de conflicto, de interacciones no cooperadoras y personalidades en pugna, nuestra memoria o historias están contaminadas por los eventos negativos y por las relaciones tortuosas en que estuvimos comprometidos. Siempre alguna carencia aparecerá como reiterativa y pendiente de reparación o solución en nuestras mentes. Podemos sentirnos cargados por esas vivencias y experiencias que debemos liberar y resolver para alcanzar nuestra paz.
Muchos eventos y comportamientos que atraemos son extremos: nos mostramos muy flojos o muy planos afectivamente –fingiendo o posando de indiferentes mientras nos consumimos interiormente-, o exageramos la intensidad de nuestras actuaciones –sobreactuamos en los papeles de “víctimas o verdugos”-, lo que es una distorsión de nuestros impulsos vitales. Y todo esto debido a los estados de carencia que hemos adoptado.
De alguna manera pretendemos compensar lo que sentimos o creemos que nos falta realizando sustituciones –la adicción sustituta, la distracción sustituta, la evasión hacia actividades y relaciones en que nos mimetizamos para acallar nuestro inconformismo, nuestras rabias, lo que consideramos como “nuestras heridas”.
Bajo esas condiciones de dependencia nos relacionamos desde la necesidad o desde la carencia: algo a alguien debe reemplazar lo que no tuvimos o al menos ayudarnos a manifestar una ilusión que parezca compensar eso que nuestras mentes buscan. Fácilmente entramos en conflicto porque tenemos expectativas actuales que queremos aplicar a eventos del pasado: ya los atravesamos y no podemos repetirlos ni rearmarlos para modificarlos. Y quienes nos rodean sólo pueden actuar en el ahora y con sus propios atributos, no con los que exigimos como ideales.
Cuando no obtenemos esa correspondencia cómplice y permisiva tendemos a reaccionar con hostilidad, con “desencanto” o imponiendo una corriente forzante a otras personas. Es como si les dijéramos “si no haces lo que espero que hagas no voy a poder amarte”. Entonces expresamos plenamente el conflicto latente y nos comportamos como adversarios sordos y vociferantes.
Podemos también acudir a soportes externos o sustitutos buscando reemplazar esos recuerdos ingratos y las frustraciones de nuestro pasado con personas, hábitos o elementos tangibles y les asignamos una función de darnos placer y distracción.
Volcamos nuestra ansiedad o expectativa hacia otros y esperamos que nos brinden una estabilidad que no hemos logrado porque creímos que la vida fue injusta con nosotros. Nos explayamos en los sentidos para conquistar esa felicidad o esa plenitud que “nos fue negada”.
Las elecciones que hacemos pueden tener una apariencia de pasividad: nos volvemos espectadores que miramos ávidamente o que escuchamos codiciosamente.
O pueden tener una apariencia de actividad: nos engullimos la vida y pretendemos saciarnos con los alimentos, ojalá dulces, abundantes y de gustos muy agradables para nuestro apetito que parece desmesurado en algunas etapas de nuestras vidas, o elegimos objetos y cosas que podamos llevar a la boca: golosinas, tabaco, bebidas, hasta compuestos químicos formulados con una asignación de tratamiento médico. En otras ocasiones, nuestras tendencias son táctiles: expresamos un gusto desaforado por lo que podamos tocar, abrazar, y tal vez sentir como propio transitoriamente al tenerlo en nuestras manos.
Bajo esas intenciones y obsesiones de sustitución podemos comportarnos como maniáticos o insaciables. Nos mostramos desequilibrados o frenéticos y expresamos síntomas de enfermedad que afectan nuestras vidas.
Cuando esto escapa a nuestro control nos damos cuenta que hacemos parte de una crisis inevitable y que debemos volvernos hacia nosotros mismos, reflexivos, introvertidos, en busca de una definición o un término a nuestra conmoción no resuelta.
Muchos cambios en nuestras vidas llegan al cabo de procesos adversos que experimentamos.
Los conflictos, crisis, enfermedades, frustraciones, nos confrontan con rutinas o limitaciones que empezamos a rechazar o a querer dejar.
La percepción de esas situaciones nos parece dolorosa, o nos causa sufrimiento, o nos lleva a sentir malestar.
En esa secuencia:
1. 1. Nos relacionamos con algo o alguien que nos revela nuestra propia inestabilidad.
2. 2. A través de las dificultades, relaciones, culpas, baja autoestima, yugos o cargas que reconocemos, identificamos lo que está sucediendo.
3. 3. Establecemos un propósito de cambio al ser conscientes de ese malestar o pérdida de paz que nos abruma.
4. 4. Liberamos o ejercemos la voluntad de cambio hacia las acciones que nos permiten modificar nuestras actitudes, comportamientos y hábitos.
Uno de esos hábitos adversos que adoptamos es el consumo de alimentos. Relaciono los alimentos dulces con sabores gratificantes. Al alimentarnos nos relacionamos con los frutos o productos de la vida.
A los niños que lloran o expresan inconformismo o inquietud los consolamos con algo dulce para que acallen sus quejas.
La ansiedad la saciamos con alimentos que nos gustan.
El alimento excesivo o las adicciones relacionadas con la boca son recompensas o sustituciones de otras cosas o relaciones que no tenemos o que no logramos alcanzar aún.
Sin embargo, nos damos cuenta que no podemos engañarnos con esos desplazamientos o transferencias o sustituciones, y que nuestra afectividad nos dice que estamos fluyendo en un sistema cerrado de monotonía y rutinas.
Si tenemos disposición y energía, podemos elegir esos cambios necesarios y nos impulsamos hacia la espiral que nos permita liberarnos de nuestros yugos.
Y no precisaremos depender de justificaciones, ni excusas, ni vanos sentimientos de culpa o de reproche.
Todos los cambios provienen de estados de consciencia que alcanzamos tras el agotamiento de las relaciones conflictivas, de las crisis, o de una gran soledad que nos impulsa hacia el autoconocimiento y la aceptación sin resistencia. Lo que nos permite ascender a un estado de vida dinámico, más allá del umbral de la ilusión y del estancamiento (aletargamiento) en que languidecemos.
Hugo Betancur (Colombia)
Gracias por divulgar estas reflexiones, Graciela.
ResponderBorrarMi felicitación por este blog tan dinámico y con temas variados y de interés para que nuestras mentes puedan ser más plásticas y flexibles.
Saludos cordiales para ti.
Hugo Betancur
"Hugo Betancur"
Hola Hugo,
ResponderBorrarAl contrario, muchas gracias a ti, creo que las envió Mercedes, hermosa y perseverante, solo que no postea..., pero porque no se le da la gana, tiene el blog abierto!!! :-)
Este es mi espacio de esparcimiento, de compartir bromas, cosas hermosas, poemas, canciones, en fin la vida...
Eso si, cuando lo abrí, lo hice con un solo objetivo, solo buenas ondas, nada de protestas e insultos contra políticos, religiones, oposiciones..... ¡YA BASTA!!!
Nuestra vida es aquí y ahora y es momento de disfrutarla, con lo que nos gusta y con nuestros seres queridos.
Un abrazo latinoamericano!!!
GM