Un antiguo legado para el pensar bien
El pensamiento filosófico se torna vacuo si no logra mitigar ningún sufrimiento humano, sostenía Epicuro. Y es ese mismo argumento el que usan los asesores filosóficos para ponerlo al servicio de la gente. La herencia del ejercicio filosófico se vuelve útil hasta lo terapéutico ?argumentan? cuando logra desplegar su efecto transformador en las personas a través de su aplicación práctica. Todo se resume a "saber vivir", la suma de todas las virtudes, esgrimen quienes batallan por el uso de la filosofía como acicate del desarrollo. Existen por lo menos cinco preceptos antiguos insoslayables, que hacen a ese aprendizaje imperecedero de vivir con sabiduría: la coherencia como forma de vida, practicar lo que se predica, ocuparse de sí mismo, brindarle tranquilidad al alma y aspirar a la sabiduría como forma de autosuficiencia. Todo ello, según los clásicos, cimentaba la plataforma para tener una existencia apacible y feliz. Y, entre esas vidas virtuosas que hoy sirven de inspiración, se recortan la figura de Sócrates, el gran propiciador del autoconocimiento, del perfeccionamiento continuo del yo y del pensamiento metódico. Epicuro animó a vivir sin culpas ni miedos, a perseguir el placer entendido como la ausencia de dolor y a imponer el autogobierno. La libertad y la autonomía fueron los valores irrenunciables del cinismo a través de Diógenes. Mientras que el estoico Epicteto bregó por la paz interior, la racionalidad y el discernimiento sobre lo que depende de uno y lo que no. Postuló que lo que más le afecta al hombre no surge de las cosas que le ocurren, sino de las ideas que sobre ellas se forma. Así fijó las bases sobre la trascendencia de pensar bien.
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