domingo, mayo 30, 2010

Un regalo no esperado. Besos Susana que pasen un buen día!

UN DESPERTAR

No puede ser posible un amanecer tan placentero...anoche no me visitaron mis fantasmas y hoy el sueño se fue cuando quiso, cuando ya era tiempo, porque yo había dormido bien.
Se escucharon a lo lejos los primeros ruidos y las aves que anunciaban el amanecer.
Tenues toques color rosa en el cielo, sobre el río, iban otorgando vida y sentido al contorno de las cosas, antes sumidas en la oscuridad. El sol levantó rápidamente y unos rayos delgados pero potentes se filtraron por la cortina de paja enrollable, me buscaban y cuando me hallaron se dedicaron a molestarme. Uno se posó en mi ojo izquierdo, otro en la oreja que empezó a entibiarse. Me di vuelta, remolona, escapando a la molestia, me puse boca abajo con la cabeza de costado y, allí, la luz me daba en el otro ojo y en la boca.
Entre sueños creí arrancar una fruta tibia del árbol que se deshacía entre mis labios...¡Cómo deseaba que fuera verdad!...Entonces desperté.
Era verano, la pieza estaba fresca con las ventanas abiertas. Ya los pájaros cantaban como locos, saludándose alegremente.
Se había levantado una brisa y escuchaba el sonido característico del follaje entrechocando las ramas entre sí.
Únicamente faltaba el perfume, pero no por mucho tiempo porque a esa hora, cuando se evapora el rocío de las plantas, también destilan los aromas, se expanden.
El aire perfumado me llegó y, entonces, no demorando más el placer, abrí los ojos, me levanté para contemplar una extensión de rubias espigas de trigo y hombres cosechando bajo un diáfano cielo celeste, sin una nube.
Los naranjos que rodeaban la casa y los durazneros me tentaban; también los arbustos de lavanda y los malvones y el romero del cerco florecido.
Todos esos estímulos juntos hicieron poco menos que me abalanzara para arrancar duraznos y comerlos allí mismo, como lo había soñado...por una vez que tenía lindos sueños, por una vez que los podría cumplir, por una vez que la serenidad venía mansamente, como la creciente agua del río, a lamer mis pies descalzos.

Susana Martín

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