El símbolo del infierno
La última novela del comisario Montalbano, el personaje creado por Andrea Camilleri, suma a la trama policial, que se distingue del modelo norteamericano, un detalle que la vincula con otros protagonistas actuales del género: el héroe comienza a envejecer
Ardores de agosto
Por Andrea Camilleri
Salamandra
TRAD.: María Antonia Menini Pages
251 Páginas
$ 59
Por Andrea Camilleri
Salamandra
TRAD.: María Antonia Menini Pages
251 Páginas
$ 59
Por Graciela Melgarejo
De la Redacción de LA NACION
De la Redacción de LA NACION
"Aquí en agosto, con el calor que hace, hasta los asesinos esperan a que llegue el otoño", le dice el comisario Salvo Montalbano a su novia eterna, Livia, y ésta será la primera equivocación del entrañable personaje creado por Andrea Camilleri en el transcurso de Ardores de agosto , la décima novela que lo tiene como protagonista.
Aquí el comisario no sólo habrá de vérselas con el misterio de un crimen, y con la corrupción y las intrigas habituales entre políticos, banqueros y empresarios (esta vez, les toca a los del sector de la construcción) a que lo tiene acostumbrado Sicilia ("¡Qué bosque petrificado de corrupción, estafas, negocios sucios, indignidades, especulación!"). El calor del verano, que todo lo invade, puede llegar a ser el símbolo del infierno al cual, literalmente, ha de descender para hacer más de un hallazgo macabro.
Los males son, al principio, muy divertidos, esa cualidad que tanto admiran los lectores de Camilleri: en la mañana del tercer día de la llegada de unos amigos de Livia para pasar las vacaciones en un chalet frente al mar, en una moderna urbanización a pocos kilómetros de la ya legendaria Vigàta, la ciudad donde vive Montalbano, empiezan a desencadenarse sucesivas invasiones de escarabajos, primero; ratones, después, y por último, al octavo día, de arañas. Sin embargo, todavía está por ocurrir otra "desgracia": el niño de tres años de la pareja desaparece. Su búsqueda implicará, finalmente, hallar el cadáver también de turno para que el policial comience a cobrar entidad.
Editada en Italia en 2008, Ardores de agosto agrega a sus reconocidas virtudes (entre tantas, ese plantel de personajes secundarios habituales que tan pronto ayudan a resolver los crímenes como interfieren decididamente, y la descripción casi perversa de las comidas a las que Salvo se entrega en la trattoria de Enzo) un detalle importantísimo: Montalbano ha cumplido 55 años. Como el inspector Wallander, del sueco Henning Mankell, el siciliano se da cuenta de que está empezando a envejecer. Y éste no es un mérito menor de la novela. Se le podría discutir incluso que haya recurrido a ciertos recursos trillados para resolver la historia (por ejemplo, la aparición de una hermana gemela de la muerta, con la cual conformaban una dupla tan indestructible como la de Los hermanos corsos , de Alejandro Dumas), pero el lento reconocimiento y la melancólica aceptación de que ya no es joven ("Montalbano había notado que no oía tan bien como antes. Nada grave, pero aquella nitidez del oído, que es como la nitidez de la vista, se había empañado") y su decisiva influencia en la historia son ejemplares.
Este Montalbano vulnerable como un adolescente que se enamora por primera vez tiene tiempo, empero, de hacer crítica literaria, como cuando lee una estupenda novela policial: "De dos autores suecos que eran marido y mujer, y en la cual no había ni una sola página que no contuviera un despiadado ataque a la social-democracia y el gobierno". Con mucha ironía, el álter ego de Camilleri dedica mentalmente esa lectura a "todos aquellos que no se dignaban leer novelas policíacas por considerarlas un mero pasatiempo repleto de enigmas".
Además de la investigación correspondiente y de la denuncia de los turbios manejos en temas como la inmigración, la construcción ilegal y aun el turismo sexual, Camilleri se permite confirmar, dentro de ese verdadero cajón de sastre que es hoy el género policial, su alineamiento con una novela donde el medio ambiente, Sicilia, sea el otro personaje fundamental (Leonardo Sciascia, otro siciliano, dijo: "Sicilia es el mundo"). Lejos de los hoy bastante estereotipados policiales negros estadounidenses y sus epígonos, y más lejos aún de los "neogóticos", a la manera del irlandés americanizado John Connolly, pero sin comulgar con los cientos de páginas de Stieg Larsson empleadas para volcar todo el material periodístico de denuncia de la sociedad post-Estado de Bienestar sueco, Camilleri (1925) no sólo ha ido decantando su estilo -antes de empezar a escribir la serie de Montalbano, en 1994, fue durante 40 años guionista y director de teatro y televisión-, sino que ha sabido elegir de entre todas las posibilidades que ofrece el género la más humana: centrar las sucesivas historias en un personaje que, como cualquiera de nosotros, va cambiando, aferrándose a sus convicciones o descubriendo, con tristeza, que hasta los más honestos pueden engañar, o, peor aún, dejarse engañar.