Todos los trabajos del jardinero francés
Gran parte del aspecto europeo que aún conserva la Ciudad de Buenos Aires se debe al intenso trabajo de este ingeniero parisino, que llegó a la Argentina por un encargo y se quedó en el país hasta su muerte, en 1934. Como responsable del Area de Paseos Públicos, se encargó de proyectar y remodelar todo tipo de espacios verdes y plazoletas, desde el Parque Centenario hasta la Plaza Congreso. Hasta el 6 de diciembre, una muestra le rinde merecido homenaje.
Por Mercedes Urquiza
Plano a la acuarela del Parque Colón y su entorno (1892).
Cuando Carlos Thays llegó a la Argentina, en 1889, el país vivía uno de sus mayores ciclos de expansión económica y sus clases ilustradas intentaban por todos los medios establecer en estos prósperos parajes del sur de América un paisaje que remitiera a la vieja y aristocrática Europa. Para reproducir el estilo de los palacios europeos viajaron hasta Buenos Aires verdaderas legiones de arquitectos, carpinteros, ebanistas, maestros yeseros, urbanistas y paisajistas. Entre ellos estaba Thays, que trajo consigo el paradigma del parque francés y lo adaptó a la morfología particular de las pampas, para dar vida a un conjunto de parques públicos y privados diseminados por una parte importante de las provincias del país, que conforman la base de lo que podría denominarse como “paisajismo argentino”. Luego, a lo largo del siglo XX, el perfil arquitectónico de las ciudades argentinas se fue definiendo a partir de una ecléctica sucesión de estilos y modas, pero si los aires parisinos todavía perviven en la fisonomía de Buenos Aires se debe en gran parte a los esfuerzos de Thays, quién dotó a la gran urbe del Río de la Plata de esa elegante combinación de grises y verdes que constituye uno de sus mayores elementos de identidad.
A pesar de su grandilocuente legado, la figura de Thays no es lo suficientemente reconocida en su país de adopción y, mucho menos, en Francia, donde es casi un desconocido. Aquí fue el diseñador de un importantísimo conjunto de plazas, parques, paseos y jardines en Buenos Aires y sus alrededores, y también en ciudades como Mendoza, San Miguel de Tucumán y Paraná. En este ámbito su influencia es tal que el modelo de parque público que conocemos los argentinos es indiscutiblemente suyo: una visión de tipo “estacional”, atenta a las señales que da la propia naturaleza, que inserta dentro de la ciudad los colores y perfumes típicos de cada momento del año, protagonizada por el florecer sucesivo de especies autóctonas como el lapacho en septiembre, el ceibo en octubre, el jacarandá en noviembre y la tipa en diciembre.
Thays fue un protagonista insoslayable de la imagen que proyectó Buenos Aires durante las celebraciones del Centenario y vuelve a estar en escena en las vísperas del Bicentenario. Con la intención de establecer –a través de la figura y la obra de Thays– un nexo entre la ciudad de 1910 y la del 2010, el Ministerio de Cultura de la Ciudad y la Embajada de Francia en la Argentina presentan la exposición Carlos Thays. Un jardinero francés en Buenos Aires, en el Centro Cultural Recoleta. Curada por la historiadora Sonia Berjman, la muestra ocupa tres salas del Centro ubicado en la Plaza Francia que Thays diseñó.
La primera parte, titulada Una vida, dos continentes, relata con fotografías y documentos los primeros cuarenta años de Thays vividos en Francia y los otros cuarenta que pasó en la Argentina. En la gran Sala Cronopios se despliega la muestra El Arte del Jardín, donde se retratan las principales obras públicas y privadas que realizó, que es donde también se pueden observar acuarelas originales de sus diseños, que constituyen la parte más plástica de la exposición. La tercera sala se centra en la actividad científica desarrollada complementariamente por Thays, donde se exhiben los manuscritos de un libro sobre la propuesta de convertir al Jardín Botánico en un centro científico para el estudio de la flora sudamericana, notas relacionadas con la creación del primer Parque Nacional (Iguazú, en 1902) y sus interesantes estudios sobre el cultivo de la yerba mate a escala industrial. Aunque el despliegue de la exposición es importante, la muestra sólo se mantiene en exhibición hasta el 6 de diciembre.
Con estilo europeo. Fue a mediados del siglo XIX, un par de décadas antes de la llegada de Thays, cuando la arquitectura paisajista comenzó a asomarse por Buenos Aires. En ese entonces, el conocimiento de la importancia del embellecimiento urbanístico en espacios públicos se debía básicamente a los argentinos que habían viajado a Francia. Los franceses fueron los primeros en establecer cánones para el paisajismo y en formar profesionales específicos dentro de ese ámbito, algunos de los cuales llegaron aquí para ejecutar su arte. Esta corriente se fue acentuando hacia las décadas del 70 y 80, y se consolidó definitivamente antes que finalizara el siglo, principalmente gracias a la gran obra que concretó Thays.
Nacido en París en 1849, Thays viajó a la Argentina y eligió Buenos Aires para instalarse, trabajar, formar una familia y esta acabó siendo la ciudad donde murió, en 1934. Había llegado originalmente para trabajar con el empresario Miguel Crisol, quien quería hacer un parque de estilo francés en una urbanización llamada Nueva Córdoba. Crisol viajó a París para contratar a Edouard André, el paisajista francés de moda en 1850, discípulo de Adolphe Alphand, que había sido el jardinero del Barón de Haussman. En ese momento, André estaba demasiado ocupado y le cedió el trabajo a su mano derecha: Carlos Thays. Así, Thays realizó su primer trabajo en la Argentina; vivió dos años en Córdoba, donde dio forma al que hoy se conoce como Parque Sarmiento.
Y luego, de paso por Buenos Aires, con la intención de regresar a París, Thays se entera de que había quedado vacante el cargo de director de Paseos Públicos, tras la muerte del alemán Wilhelm Schübeck. Se presentó al concursó y ganó el puesto. Como director de Paseos de la Ciudad de Buenos Aires concretó y remodeló la mayor parte de sus espacios verdes: los parques 3 de Febrero, Los Andes, Ameghino, Colón, Patricios, Chacabuco, Pereyra, Centenario, Lezama, Avellaneda e Intendente Alvear, así como las plazas del Congreso, de Mayo, Rodríguez Peña, Solís, Castelli, Brown, Balcarce y muchas otras. En ese grupo merece recordarse asimismo la del Teatro Colón, hoy perdida. También construyó jardines en hospitales, regimientos, edificios públicos y llenó las calles de la “París de América” con 150 mil árboles que aún hoy la visten y perfuma
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