sábado, diciembre 12, 2009


 Haga clic sobre mí!      arriba y adelante,
                                                      

"Autoestima Cap. 338 La Decisión de Cambiar".

Si realmente quiere saber hasta qué punto es terco, encare la idea de estar dispuesto a cambiar.

Todos queremos que nuestra vida cambie, que nuestra situación mejore, pero no queremos tener que cambiar. Más bien querríamos que cambiaran ellos. 
Para hacer que eso suceda, debemos cambiar nosotros interiormente.

Debemos cambiar nuestra manera de pensar, nuestra manera de hablar, nuestra manera de expresarnos. Sólo entonces se producirán los cambios externos. 
Éste es el paso siguiente. Ya hemos dedicado en capítulos anteriores bastante a aclarar cuáles son los problemas y de dónde provienen. Ahora es hora de disponerse a cambiar.

La Decisión de Cambiar
Si usted quiere cambios pequeños, trabaje en su conducta;  si quiere cambios significativos, trabaje en sus paradigmas.
      Stephen R. Covey 
   AHORA, ¿QUE HACEMOS?
   «Al ver el modelo que sigo, decido cambiarlo».

   La decisión de cambiar
   Una vez han llegado a este punto, la reacción de muchas personas consiste en levantar las manos al cielo, horrorizadas ante lo que podemos llamar el desastre de sus vidas, y renunciar a cualquier intento de hacer nada. Otras se enfadan consigo mismas o con la vida, y también abandonan la partida.
   En general, piensan que si la situación es desesperada, y parece imposible hacer cambios, ¿para qué intentarlo?. Y el razonamiento continúa así: «Quédate como estás. Por lo menos es un sufrimiento que ya sabes cómo manejar. No te gusta, pero ya lo conoces, y es de esperar que las cosas no empeoren».
   Para mí el enfado habitual es como quedarse sentado en un rincón con un sombrero de burro. ¿No les suena familiar?. Sucede algo y uno se enfada; sucede otra cosa, y vuelve a enfadarse, una y otra vez, pero nunca se va más allá del enojo.
   ¿De qué sirve esto? Es una reacción tonta que desperdicie uno su tiempo sin hacer nada más que enojarse. También es negarse a ver la vida de una manera nueva y diferente.
   Sería mucho más útil preguntarse cómo es que uno va creando tantas situaciones enojosas.
   ¿Cuál cree usted que es la causa de todas estas frustraciones?. ¿Qué es lo que usted emite, que genera en los otros la necesidad de irritarlo?. ¿Por qué cree que necesita enojarse para conseguir lo que quiere?.
   Cualquier cosa que demos, la volvemos a recibir. Si lo que damos es enojo, estamos creando situaciones que nos darán motivos de enojo, como si nos quedáramos en un rincón con un sombrero de burro, sin ir a ninguna parte.
   Si mis palabras han hecho que usted se enfadara, ¡perfecto!. Es que deben estar dando en el blanco. Y eso es algo que usted, si quisiera, podría cambiar.

   Tome la decisión de disponerse a cambiar
   Si realmente quiere saber hasta qué punto es terco, encare la idea de estar dispuesto a cambiar. Todos queremos que nuestra vida cambie, que nuestra situación mejore, pero no queremos tener que cambiar. Más bien querríamos que cambiaran ellos. Para hacer que eso suceda, debemos cambiar nosotros interiormente. Debemos cambiar nuestra manera de pensar, nuestra manera de hablar, nuestra manera de expresarnos. Sólo entonces se producirán los cambios externos.
   Éste es el paso siguiente. Ya nos hemos dedicado bastante a aclarar cuáles son los problemas y de dónde provienen. Ahora es hora de disponerse a cambiar.
   Yo he sido siempre muy terca. Incluso ahora hay veces que, cuando decido hacer algún cambio en mi vida, esa terquedad aflora y refuerza mi resistencia a cambiar mi modo de pensar. Y puedo volverme temporalmente incoherente y, enfadada, refugiarme en mí misma.
   Sí, eso me sigue pasando después de tantos años de trabajo. Es una de las lecciones que he aprendido, porque ahora, cuando me sucede, sé  que me encuentro, ante un punto crucial en mi camino. Cada vez que decido hacer un cambio en mi vida, para liberar alguna otra cosa, tengo que profundizar más en mí misma. Cada uno de esos viejos estratos debe ceder para ser reemplazado por maneras de pensar nuevas. A veces es fácil, y otras es como empeñarse en levantar una piedra con una pluma.
   Cuanto más tenazmente me aferró a una vieja creencia cuando he dicho que quiero cambiar, más segura estoy de que ese cambio es importante para mí. Y sólo al ir experimentando y, por tanto, aprendiendo estas cosas puedo luego enseñarlas a otras personas.
   Estoy segura de que muchos maestros realmente buenos no nacieron en hogares felices donde todo era fácil, sino que han experimentado mucho dolor y sufrimiento, y han ido superando diversas vivencias negativas hasta llegar al punto desde donde, ahora, pueden ayudar a que otros se liberen. La mayoría de los buenos maestros trabajan continuamente para seguir liberándose, para hacer desaparecer limitaciones cada vez más profundas. Y eso llega a ser una ocupación de toda la vida.
   La diferencia principal entre cómo solía trabajar yo en esta labor de liberación de creencias y la forma en que lo hago hoy reside en que ahora ya no tengo que enojarme conmigo misma para hacerlo. En estos momentos, ya no creo que sea una mala persona porque todavía encuentre en mí cosas para cambiar.

   La limpieza de la casa
   El trabajo mental que hago ahora es como limpiar una casa. Voy recorriendo mis habitaciones mentales y examinando las ideas y creencias que hay en ellas. Como algunas me gustan, las limpio y las pulo, y hago que me sigan sirviendo. Veo que hay que reemplazar o reparar algunas, y me ocupo de ellas tan pronto como puedo. Otras son como el periódico de ayer, o como ropa y revistas viejas: ya no me sirven. Entonces las doy o las tiro a la basura, y me deshago de ellas para siempre.
   Para hacer todo esto, no es necesario que me enoje ni que sienta que soy una mala persona.

   Ejercicio: Estoy dispuesto a cambiar
   Vamos a usar la afirmación «Estoy dispuesto a cambiar». Repítala con frecuencia, reiteradamente. Mientras dice «Estoy dispuesto a cambiar», tóquese la garganta. En el cuerpo, la garganta es el centro energético donde se produce el cambio. Al tocársela, usted reconocerá que se encuentra en un proceso de cambio.
   Cuando la necesidad de cambiar algo aparezca en su vida, esté dispuesto a permitir que ese cambio suceda. Tome conciencia de que allí donde usted no quiere cambiar, es, exactamente, donde más necesita cambiar. Repita: «Estoy dispuesto a cambiar».
   La Inteligencia Universal responde siempre a lo que usted piensa y dice. Cuando usted formule este enunciado, las cosas empezarán decididamente a cambiar.

   Hay muchas maneras de cambiar
   Trabajar con mis ideas no es la única manera de cambiar; hay muchos otros métodos que funcionan muy bien. Al final del libro incluyo una lista de maneras en que puede usted abordar su propio proceso de crecimiento.
   Piense ahora en unos pocos. Tenemos el enfoque espiritual, el mental y el físico. La curación holista incluye cuerpo, mente y espíritu. Se puede empezar por cualquiera de estos dominios, siempre y cuando en última instancia se los incluya a todos. Hay quien empieza por la parte mental, acudiendo a seminarios o sometiéndose a terapia. Otros comienzan por el ámbito espiritual, orando o haciendo meditación.
   Cuando decide uno limpiar su casa, en realidad no importa por qué habitación empiece. Puede usted hacerlo por aquella que más le apetezca y las otras casi se irán limpiando solas. 
   Las personas que comienzan por el nivel espiritual y están habituadas a comer mal, suelen encontrarse con que les atrae la nutrición. Conocen a alguna persona, o encuentran un libro, o van a una clase que les hace entender que lo que están dando de comer a su cuerpo puede tener mucho que ver con la forma en que se sienten y el aspecto que tienen. Mientras se esté dispuesto a crecer y a cambiar, un nivel siempre irá conduciendo al otro.
   Yo doy muy pocos consejos referentes a la nutrición, porque he descubierto que todos los sistemas funcionan para alguna u otra persona. El hecho es que cuento con una red local de buenos especialistas en el campo holista, y les mando a mis clientes cuando veo que necesitan esa información. Se trata de un terreno en donde uno debe encontrar solo su camino, o bien recurrir a un especialista que pueda orientarlo.
   Muchos libros sobre nutrición han sido escritos por personas que estuvieron muy enfermas y elaboraron un sistema para su propia curación. Después escribieron un libro para divulgar el método que usaron. Pero no todo el mundo es igual.
   Por ejemplo, la dieta macrobiótica y el naturismo crudívoro son dos enfoques totalmente diferentes. Los crudívoros jamás cocinan nada, raras veces consumen cereales, se cuidan muchísimo de comer fruta y verdura en la misma comida y nunca usan sal. Los macrobióticos comen casi todo cocido, tienen un sistema diferente de combinación de los alimentos, y usan gran cantidad de sal. Ambos sistemas funcionan, ambos han conseguido curaciones, pero ninguno de los dos es bueno para todos los organismos.
   Mi teoría de la nutrición es simple. Si crece, cómalo. Si no crece, no lo coma.
   Hay que ser consciente del acto de comer; es como prestar atención a nuestros pensamientos.  También podemos aprender a prestar atención al cuerpo y a las señales que nos envía cuando comemos. 
   Limpiar la casa mental después de toda una vida de complacerse en pensamientos negativos es un poco como iniciar un programa de buena nutrición tras haberse pasado la vida alimentándose mal. Son dos situaciones que con frecuencia producen crisis de curación. A medida que uno empieza a cambiar su dieta física, el cuerpo comienza a deshacerse de la acumulación de residuos tóxicos, y cuando esto sucede, uno puede sentirse pésimamente durante un par de días. Así también, cuando se decide cambiar las pautas mentales, puede parecer que durante un tiempo las circunstancias empeorasen.
   Recuerde lo que pasa al terminar la cena de Nochebuena, cuando llega el momento de limpiar la cazuela donde se cocinó el pavo. Como está  toda quemada y llena de costras, usted la pone en agua hirviendo con detergente y la deja remojar un rato antes de empezar a fregarla. Y entonces sí que realmente está frente a un desastre; todo parece peor que nunca. Pero si sigue fregando sin desanimarse, la cazuela pronto quedará como nueva.
   Lo mismo pasa cuando uno se quiere quitar las incrustaciones mentales. Cuando las remojamos con ideas nuevas, todos los pegotes salen a la superficie y se ven más. Insista en repetir las nuevas afirmaciones, y verá qué pronto se habrá librado totalmente de una vieja limitación.

   Ejercicio: La disposición a cambiar
   Entonces, hemos decidido que estamos dispuestos a cambiar, y que usaremos todos los métodos que nos den buen resultado, sin excepción. Quisiera describirles uno de los métodos que uso conmigo misma y también con otras personas.
   Primero, vaya a mirarse al espejo y dígase: «Estoy dispuesto a cambiar».
   Observe cómo se siente. Si advierte vacilaciones o resistencias o ve que simplemente no quiere cambiar, pregúntese por qué. ¿A qué antigua creencia está aferrándose? Le ruego que no se riña; limítese a observar de qué se trata. Apuesto a que esa creencia le ha causado mil problemas, y quisiera saber de dónde proviene. ¿Usted no lo sabe?
   Pero no importa que sepamos o no de dónde viene; hagamos algo por disolverla, ahora mismo. Vuelva otra vez al espejo y, mirándose profundamente a los ojos, tóquese la garganta y diga diez veces, en voz alta: «Estoy dispuesto a abandonar toda resistencia».
   Los trabajos con el espejo son muy poderosos. La mayor parte de los mensajes negativos que recibimos de niños venían de personas que nos miraban directamente a los ojos, y que quizá nos amenazaban con un dedo. Hoy, cada vez que nos miramos al espejo, casi todos nos decimos algo negativo: nos criticamos por nuestra apariencia o nos regañamos por algo. Mirarse directamente a los ojos y expresar algo positivo sobre uno mismo es, en mi opinión, la manera más rápida de obtener resultados con las afirmaciones.
   La conciencia es el primer paso hacia la curación o el cambio
   Cuando llevamos algún modelo mental profundamente sepultado en nuestro interior, para poder curarnos debemos empezar por tomar conciencia de ello. Quizás hablemos al respecto con alguien, o veamos aparecer el mismo modelo mental en otras personas. De una manera o de otra, emerge a la superficie, nos llama la atención y empezamos a tener alguna relación con ello. Con frecuencia, atraemos hacia nosotros a un maestro, un amigo, una clase, un seminario o un libro que comienza a sugerirnos maneras nuevas de abordar la disolución del problema.
   Mi propio despertar se inició con un comentario casual de un amigo sobre una reunión de la que le habían hablado, y aunque él no iba a ir, yo sentí no sé qué respuesta interior y fui. Aquella pequeña reunión fue mi primer paso por la senda de mi evolución. Hasta cierto tiempo después no me di cuenta de su importancia.
   Con frecuencia, en esta primera etapa nuestra reacción es pensar que todo eso es una tontería, o que no tiene sentido. Puede ser que nos parezca demasiado fácil, o inaceptable para nuestras ideas. El hecho es que no queremos hacerlo, y nuestra resistencia cobra muchísima fuerza. Hasta es posible que nos enfademos sólo con pensar en hacer «eso».
   Una reacción así es excelente, si podemos entender que es el primer paso en nuestro proceso de curación.
   Yo le digo a la gente que cualquier reacción que puedan tener sirve para demostrarles que han iniciado ya el proceso curativo. La verdad es que el proceso se inicia en el momento en que empezamos a pensar en cambiar.
   La impaciencia no es más que otra forma de resistencia: es la resistencia a aprender y a cambiar. Cuando exigimos que todo se haga ahora mismo, que se complete de inmediato, no nos estamos dando el tiempo necesario para aprender la lección implícita en el problema que nos hemos creado.
   Si usted quiere ir a la habitación de al lado, tiene que levantarse y avanzar paso a paso en esa dirección. Con quedarse sentado deseando estar en la otra habitación no se arregla nada. Pues es lo mismo. Todos queremos terminar con nuestros problemas, pero no queremos hacer las pequeñas cosas que, sumadas, nos darán la solución.
   Ahora es el momento de reconocer nuestra responsabilidad por haber creado esa situación o ese estado. No estoy hablando de sentirse culpable, ni de que nadie sea una «mala persona» por estar donde está. A lo que me refiero es a reconocer ese «poder interior» que transforma en experiencia cada uno de nuestros pensamientos. En el pasado, sin saberlo, usamos ese poder para crear cosas que no queríamos ex-perimentar, porque no nos dábamos cuenta de lo que hacíamos. Ahora, al reconocer nuestra responsabilidad, tomamos conciencia de este poder, y aprendemos a usarlo conscientemente de manera positiva y en beneficio nuestro.
   Con frecuencia, cuando sugiero una solución a un cliente -puede ser una manera nueva de abordar un asunto, o bien perdonar a una persona relacionada con él- veo cómo empieza a contraer y adelantar la mandíbula, y cómo cruza tensamente los brazos sobre el pecho, a veces incluso cerrando los puños. La resistencia está subiendo a escena, y entonces sé que he acertado exactamente con lo que es necesario hacer.
   Todos tenemos lecciones por aprender. Las cosas que nos resultan difíciles no son más que las lecciones que hemos decidido tomar. Si las cosas nos resultan fáciles, es porque ya las sabemos hacer.
   Las lecciones se pueden aprender mediante el hecho de darse cuenta
   Si piensa en lo que resulta más difícil hacer, y en cuánto se resiste a hacerlo, está enfrentándose con lo que en este momento es para usted la lección más importante. Entregarse, abandonar la resistencia y permitirse aprender lo que necesita aprender, le facilitará más aún el paso siguiente. No deje que su resistencia le impida cambiar. Podemos trabajar en dos niveles: i) Atendiendo a la resistencia, y 2) Realizando pese a todo los cambios mentales necesarios. Obsérvese, observe su resistencia, y luego, de todas maneras, siga adelante.

   Las claves no verbales
   Con frecuencia nuestras acciones revelan nuestra resistencia. Por ejemplo:
   Cambiar de tema.
   Irse de la habitación.
   Ir al lavabo.
   Llegar tarde.
   Descomposición de estómago.
   Aplazar la decisión, ya sea:
   Haciendo otra cosa.
   Trabajando.
   Perdiendo el tiempo.
   Apartar la vista o mirar por la ventana.
   Hojear una revista.
   Negarse a atender.
   Comer, beber o fumar.
   Entablar o romper una relación.
   Estropear algo: el coche, un electrodoméstico, un grifo, lo que sea.

   Las suposiciones
   Con frecuencia suponemos cosas que nos ayudan a justificar nuestra resistencia, diciendo, por ejemplo:
   De todas maneras no serviría de nada.
   Mi marido (o mi mujer) no lo entendería.
   Tendría que cambiar toda mi personalidad.
   Sólo los chiflados van a ver a un terapeuta.
   No podría hacer nada con mi problema.
   No podrían manejar mi agresividad.
   Mi caso es diferente.
   No quiero que se preocupen.
   Ya se resolverá solo.
   Eso nadie lo hace.

   Las creencias
   Crecemos con creencias que alimentan nuestra resistencia al cambio. Algunas de las ideas que nos limitan son:
   No se hace.
   No está bien.
   No está bien que yo haga eso.
   Eso no sería espiritual.
   Si uno está en el camino espiritual, no se enfada.
   Los hombres (o las mujeres) no hacen eso.
   En mi familia no se hace.
   El amor no es para mí.
   Eso no es más que una tontería.
   Es demasiado lejos para ir con el coche.
   Representa demasiado trabajo.
   Es demasiado caro.
   Llevará  demasiado tiempo.
   No creo en esas cosas.
   No soy esa clase de persona.


   Ellos
   Cedemos nuestro poder a otros y los ponemos como excusa de nuestra resistencia al cambio. Entonces, pensamos y decimos cosas como éstas:
   Dios no lo permitirá.
   Estoy esperando a tener una buena configuración planetaria.
   El ambiente no es adecuado.
   No me dejarán cambiar.
   No tengo el maestro (o el libro o las herramientas...) que necesito.
   El médico no me lo permite.
   Mi trabajo no me deja tiempo.
   No quiero caer bajo su influencia.
   Es todo culpa de...
   El (o ella) tiene que cambiar primero.
   Lo haré tan pronto como consiga...
   Ellos no me entienden.
   No quiero que se ofendan.
   Mi religión (o mi educación o mi filosofía...) no me lo permite.

   Los conceptos sobre uno mismo
   Usamos como condiciones limitativas o como resistencia al cambio las ideas que tenemos sobre nosotros mismos. Solemos decir que somos:
   Demasiado viejos. 
   Demasiado jóvenes.
   Demasiado gordos.
   Demasiado delgados.
   Demasiado altos.
   Demasiado bajos.
   Demasiado haraganes.
   Demasiado fuertes.
   Demasiado débiles.
   Demasiado tontos.
   Demasiado listos.
   Demasiado pobres.
   Demasiado insignificantes.
   Demasiado frívolos.
   Demasiado serios.
   Demasiado engreídos.
   Quizá  todo esto sea demasiado.

   Las tácticas dilatorias
   Nuestra resistencia a cambiar se expresa a menudo de esta manera. Usamos excusas como:
   Lo haré más tarde.
   Ahora no puedo.
   Ahora no tengo tiempo.
   Robaría demasiado tiempo a mi trabajo.
   Sí  que es una buena idea. Alguna vez lo haré.
   Tengo demasiadas cosas que hacer.
   Me lo pensaré mañana.
   Lo haré tan pronto como termine con...
   Lo haré cuando vuelva del viaje.
   No es el mejor momento.
   Es demasiado tarde, o demasiado pronto.

   La negación
   Esta forma de resistencia se manifiesta negando la necesidad de hacer ningún cambio, con expresiones como:
   Si a mí no me pasa nada.
   Es un problema que no puedo remediar.
   La vez pasada estaba bien.
   ¿Y de qué me serviría cambiar?
   Tal vez el problema desaparezca si no le hago caso.

   El miedo
   La categoría más amplia de la resistencia al cambio es, con mucho, el miedo... el miedo a lo desconocido. Fíjense en estos ejemplos:
   Todavía no estoy listo.
   ¿Y si fracasara?
   Tal vez me rechacen.
   ¿Qué pensarían los vecinos?
   No quiero destapar esa olla.
   Me da miedo decírselo a mi marido (o a mi mujer).
   No sé lo suficiente.
   Podría hacerme daño.
   Para eso tendría que cambiar.
   Me costaría dinero.
   Antes que eso me muero (o me divorcio).
   No quiero que nadie sepa que tengo un problema.
   Me da miedo expresar mis sentimientos.
   No quiero hablar de eso.
   No tengo energía suficiente.
   Quién sabe adonde iríamos a parar.
   Puedo perder libertad.
   Es demasiado difícil de hacer.
   En este momento no tengo dinero.
   Podría hacerme daño en la espalda.
   Yo no quiero ser perfecto.
   Podría perder amigos.
   Yo no confío en nadie.
   Así  dañaría mi imagen.
   No sirvo para nada.

   Y podríamos continuar con la lista indefinidamente. ¿Reconoce usted como suyo alguno de estos enunciados? Ahora, fíjese en la resistencia al cambio que aparece en estos ejemplos.
   Una clienta vino a verme porque sufría fuertes dolores. Se había roto la espalda, el cuello y una rodilla en sendos accidentes de automóvil. Llegó tarde, porque se perdió y luego se encontró con un atasco de tráfico.
   No tuvo ninguna dificultad para contarme todas sus dificultades, pero tan pronto como intenté hablar un momento, empezaron los problemas. Las lentes de contacto empezaron a molestarle, se le ocurrió cambiarse de asiento, tuvo que ir al lavabo, necesitó quitarse las lentillas... Durante el resto de la sesión no conseguí que me atendiera.
   Todo eso eran resistencias: no estaba preparada para dejarse curar. Descubrí  que tanto su hermana como su madre también se habían roto en dos oportunidades la espalda.


   Otro cliente era un actor, mimo y saltimbanqui callejero, y excelente por lo demás. Se jactaba de lo listo que era para engañar a otros, en especial a las instituciones.
   El sabía cómo salir bien de todo, y, sin embargo, nunca salía bien de nada. Estaba siempre sin un duro, atrasado por lo menos un mes en el alquiler, muchas veces sin teléfono. Su ropa daba lástima, trabajaba muy esporádicamente, tenía dolores por todas partes y su vida amorosa era un desastre.
   Su teoría era que no podía abandonar su actitud mientras no le sucediera algo bueno en la vida. Naturalmente, con lo que él daba, nada bueno podía sucederle. Primero tenía que dejar de engañar.
   Su resistencia se debía a que no estaba preparado para renunciar a su antigua manera de ser.

   Deje en paz a sus amigos
   A menudo sucede que, en vez de ocuparnos de nuestros propios cambios, decidimos que son nuestros amigos quienes tienen que cambiar. Esto es resistencia al cambio.
   Cuando empecé a trabajar tuve una clienta que me enviaba a ver a todas sus amigas que estaban en el hospital. En vez de mandarles flores, me hacía ir a mí a remediar sus problemas. Yo llegaba, provista de mi grabador, y casi siempre me encontraba con alguien que estaba en cama y no sabía por qué aparecía yo por allí, ni entendía lo que estaba haciendo. Eso fue antes de que aprendiera a no trabajar nunca con nadie que no me lo hubiera pedido.
   Hay clientes que vienen a verme porque un amigo les ha pagado una sesión de regalo. Generalmente, esto no funciona, y es raro que regresen para seguir trabajando.
   Cuando algo nos ha dado buen resultado, es normal que queramos compartirlo. Pero es probable que los demás no estén listos para cambiar en ese momento y esa circunstancia precisos. Ya bastante difícil es cambiar cuando queremos hacerlo, pero intentar que otra persona cambie cuando no quiere es imposible, y puede arruinar una buena amistad.
   Yo empujo a mis clientes porque ellos me han buscado, pero dejo en paz a mis amigos.

   Trabaje con el espejo
   Los espejos nos devuelven la imagen de lo que sentimos por nosotros mismos, mostrándonos claramente qué es lo que hemos de cambiar si queremos tener una vida gratificante y jubilosa.
   Yo pido a mis clientes que cada vez que pasen por delante de un espejo se miren a los ojos y se digan algo positivo sobre sí mismos. Esta es la manera más poderosa de hacer afirmaciones: mirarse en el espejo y decirlas en voz alta. Inmediatamente uno se da cuenta de la resistencia, y así puede superarla con más rapidez. Será bueno que tenga usted un espejo a mano mientras lee este libro; úselo con frecuencia para las afirmaciones, y para verificar cuándo se resiste, o cuándo tiene una actitud suelta y de apertura.
   Ahora, mírese en el espejo y dígase: «Estoy dispuesto a cambiar».
   ¿Cómo se siente? Si vacila, se resiste o simplemente no quiere cambiar, pregúntese por qué. ¿A qué antigua creencia está aferrándose? Este no es momento de reñirse. Limítese a notar qué es lo que le pasa, y qué creencia aflora a la superficie, porque se trata de lo que ha estado causándole tantos problemas. ¿Puede reconocer de dónde proviene?
   Cuando al pronunciar las afirmaciones nos suenan a falsas o parece que no sucediera nada, es muy fácil decir que no funcionan. Pero no es que no funcionen, sino que necesitamos dar un paso previo antes de empezar con ellas.

   Las pautas repetidas nos muestran nuestras necesidades
   Por cada hábito que tenemos, por cada experiencia que reiteramos en diversas ocasiones, por cada pauta que repetimos, hay dentro de nosotros una necesidad que corresponde a alguna creencia. Si no hubiera una necesidad, no haríamos o no seríamos eso. Dentro de nosotros hay algo que necesita ser gordo, tener malas relaciones, fracasar, fumar, enfadarse, ser pobre, sentirse humillado o lo que fuere que sea nuestro problema.
   ¿Cuántas veces hemos dicho que jamás volveremos a hacer eso? Y antes de que termine el día nos hemos atiborrado de chocolate, nos hemos fumado un paquete de cigarrillos, hemos dicho algo hiriente a un ser querido... Y encima complicamos el problema enfadándonos con nosotros mismos: «No tienes fuerza de voluntad ni disciplina. ¡Qué debilidad de carácter!». Expresiones así no hacen más que aumentar nuestro ya pesado cargamento de culpa.
   Eso no tiene nada que ver con la disciplina ni con la fuerza de voluntad
   No importa de que estemos tratando de liberarnos: no es más que un síntoma, un efecto exterior. Empeñarse en eliminar el síntoma sin ningún intento de disolver la causa, de nada sirve; en el momento en que la fuerza de voluntad o la disciplina aflojan, el síntoma vuelve a aparecer.

   La disposición a renunciar a la necesidad
   - En usted tiene que haber una necesidad de este síntoma —les digo a mis clientes—, porque si no, no lo tendría. Vamos a retroceder un paso para trabajar con su disposición a renunciar a la necesidad. Cuando ésta haya desaparecido, usted ya no tendrá deseos de fumar, o de comer en exceso o de llevar a cabo cualquier otra pauta negativa.
   Una de las primeras afirmaciones que uso es: «Estoy dispuesto a renunciar a mi necesidad de resistencia (o de dolor de cabeza, estreñimiento, kilos de más, escasez de dinero o lo que sea)». Diga «Estoy dispuesto a renunciar a mi necesidad de...». Si en este punto encuentra resistencia, entonces sus otras afirmaciones no pueden funcionar.
   Es menester desenmarañar las telarañas en que nos envolvemos. Si alguna vez ha tenido que desenredar un ovillo de hilo, sabe que tironeando para un lado y para otro sólo se consigue empeorar las cosas. Es necesario ir deshaciendo los nudos con mucha suavidad y paciencia. Sea suave y paciente consigo mismo para desenredar sus propios nudos mentales. Busque ayuda si la necesita, pero, sobre todo, cultive el amor a sí mismo mientras lo hace. La disposición a liberarse de lo viejo es la clave; ahí está el secreto.
   Cuando hablo de «necesitar el problema», me refiero a que, de acuerdo con nuestro personal conjunto de modelos mentales, «necesitamos» tener ciertas experiencias u obtener ciertos efectos externos. Cada efecto externo es la expresión natural de un modelo mental interno. Combatir solamente el efecto o el síntoma es un desperdicio de energía, que a menudo no hace más que agravar el problema.

   Sentirse « indigno » provoca indecisión
   Si uno de mis modelos mentales me señala que soy «indigno», es probable que uno de los efectos que obtenga sea la indecisión. Después de todo, la indecisión es una manera de impedirnos llegar a donde decimos que queremos ir. La mayoría de la gente que posterga sus decisiones se pasa mucho tiempo y desperdicia mucha energía reprochándose su indecisión. Se tachan a sí mismos de ociosos y, en general, se empeñan en sentir que son seres «malos».

   El resentimiento por el bien ajeno
   Tuve un cliente a quien le encantaba que estuvieran pendientes de él, y generalmente llegaba tarde a clase para llamar la atención. Había sido el menor de dieciocho hijos, y cuando se trataba de recibir era el último de la lista. De niño, estaba siempre mirando cómo sus hermanos recibían lo que fuere mientras él esperaba ansiosamente su turno, y ya adulto, cuando a alguien le iba bien, no era capaz de compartir su regocijo.
   -Oh, ojalá yo pudiera tener (o hacer) lo mismo -decía en cambio.
   Su resentimiento por el bien ajeno era una barrera para su crecimiento y su posibilidad de cambio.

   El sentimiento del propio valor abre muchas puertas
   Vino a verme una clienta de setenta y nueve años, que enseñaba canto. Varios alumnos suyos estaban haciendo anuncios para la televisión. Ella también quería hacerlos, pero le daba miedo. La apoyé sin la menor reserva, explicándole:
   -No hay nadie como usted. Limítese a ser usted misma. Hágalo como diversión. En el mundo hay gente que busca exactamente lo que usted puede ofrecer. Hágales saber de su existencia.
   La mujer llamó a vanas agencias, diciendo:
   -Soy una persona muy mayor, y quiero hacer anuncios.
   Poco tardó en aparecer en un anuncio, y desde entonces nunca le ha faltado trabajo. Con frecuencia veo su imagen en la televisión y en revistas. Cualquier edad es buena para empezar una carrera, especialmente cuando se hace por diversión.

   Con la autocrítica nunca se da en el blanco
   Autocriticarse es algo que sólo sirve para intensificar la indecisión y la holgazanería. La orientación que hay que dar a la energía mental es la de liberarse de lo viejo y crear modelos mentales nuevos. Dígase: «Estoy dispuesto a renunciar a la necesidad de no ser digno. Soy digno de lo mejor que hay en la vida, y con amor me permito aceptarlo». «A medida que pase unos días repitiendo esta afirmación, el efecto externo que es la indecisión empezará, automáticamente a desaparecer.» «A medida que me cree interiormente un modelo que reconozca mi propio valor, ya no tendré necesidad de negar mis buenas condiciones.»
   Puede aplicar esta misma actitud a cualquier otra pauta negativa (con su correspondiente efecto externo) que haya en su vida. Dejemos de perder tiempo y energía reprendiéndonos por algo que no podemos dejar de hacer si íntimamente tenemos ciertas creencias. Cambiemos esas creencias.
   No importa de qué manera lo aborde usted, ni cuál sea el tema de que estemos hablando: tratamos sólo con ideas, y las ideas se pueden cambiar.
   Si queremos cambiar algo, es necesario que lo digamos: «Estoy dispuesto a renunciar al modelo mental interno que está provocando esto».
   Puede decírselo y repetírselo una y otra vez, siempre que se acuerde de su enfermedad o su problema. En el momento en que lo dice, está  saliendo del grupo de las víctimas y dejando de ser impotente, porque está reconociendo su propio poder. Está diciendo que comienza a entender que fue usted quien creó aquello, y que va a recuperar su propio poder al renunciar a aquella antigua idea y separarse de ella.

   La autocrítica
   Tengo una clienta que es capaz de comerse medio kilo de mantequilla y cualquier otra cosa de la que pueda echar mano cuando no puede aguantar sus propios pensamientos negativos. Al día siguiente está furiosa con su cuerpo, porque es gordo. De pequeña, daba la vuelta a la mesa, cuando la familia había acabado de cenar, terminándose lo que quedaba en cada plato, acompañándolo con mantequilla. Sus padres se reían: aquello les parecía muy divertido. Casi se puede decir que era la única aprobación que mi dienta recibía de su familia.
   Cuando usted se regaña, cuando se humilla, cuando «se da la paliza»  a sí mismo, pregúntese a quién está tratando de esa manera.
   Casi toda nuestra programación, tanto negativa como positiva, es algo que aceptamos en la época en que teníamos tres años. A partir de entonces, nuestras experiencias se basan en lo que en aquel momento aceptábamos y creíamos de nosotros mismos y de la vida. La forma en que nos trataban cuando éramos muy pequeños es habitualmente la forma en que ahora nos tratamos. La persona a quien usted está riñendo es un niño de tres años que lleva dentro.
   Si es usted una de esas personas que se encolerizan consigo mismas porque son temerosas y pusilánimes, piense que tiene tres años. Si tuviera delante a un niño de tres años que tuviera miedo, ¿qué haría? ¿Se enfadaría con él, o le tendería los brazos y lo consolaría hasta que se sintiera cómodo y seguro? Quizá los adultos que lo rodeaban cuando usted era pequeño no hayan sabido cómo consolarlo entonces. Ahora usted es el adulto en su vida, y si no sabe consolar a la criatura que lleva dentro, realmente es algo muy triste.
   Lo que se hizo en el pasado está hecho; lo pasado, pasado. Pero este momento es el presente, y ahora usted tiene la oportunidad de tratarse como desea que lo traten. Un niño asustado necesita que lo consuelen, no que lo reprendan. Si usted se reprende, se asustará más, y no encontrará a quién volverse. Cuando el niño de dentro se siente inseguro, crea muchísimos problemas. ¿Recuerda cómo se sentía cuando lo humillaban de pequeño? Pues de la misma manera se siente ahora ese niño que lleva dentro.

   Sea bondadoso consigo mismo. Empiece a amarse y a demostrarse aprobación. Es lo que necesita esa criatura para expresar al máximo sus potencialidades.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario